El 10 de abril, día de las Elecciones Presidenciales, todas las mesas de votación del Instituto Educativo José Jimenez Borja parecían abarrotadas. No solo de personas comunes y corrientes, no solo de civiles de a pie, sino también de un mínimo resguardo policial y militar que más bien lucía como una prisión o como una especie de toque de queda. Pero, a pesar de verse mal esta dicha presencia para una persona que vota por “segunda vez” pero que vota por “primera” en las Elecciones Presidenciales, estos solamente estaban para guiar a los ciudadanos destinados a votar en aquella locación. Al igual que este votante, algunas personas, entre hombres y mujeres, entre jóvenes y ancianos, pasando por embarazadas e inválidos, estaban confundidon así estén puestos los números de mesa y su respectiva ubicación en la entrada del instituto. Cada número destinaba un salón, y era tan complicado entenderlo que bastaba llamar al policía o al militar que cuidaba el portón para decirle: “Disculpe, señor”.
Este votante que vota por “segunda vez” pero que vota por “primera” en las Elecciones Presidenciales, también se confundió apenas vio a esas personas concentradas en aquel instituto, y no solamente en la puerta, sino también adentro. Se vio arrastrado para solicitar ayuda a un miembro de la Policía Nacional y preguntarle en qué lugar del colegio le tocaba votar. Amablemente, fue ayudado. “Tercer piso, primer salón”, dijo. Al momento de subir las gradas, el votante se dio cuenta de que eran muy angostas, lo suficiente como para cansar a un asmático o matar a un anciano. Ya al llegar al tercer piso, observó que en el salón donde se le destinó votar había una inmensa cola que se mezclaba entre aquellas mujeres embarazadas o con hijos, y aquellos ancianos abrigados en medio de un calor infernal. No había el voto preferencial, al parecer, y solo se les daba a los candidatos presidenciales que por suerte, no votaban en el colegio. Sin embargo, esa cola sólo era para una de las dos mesas instaladas en el salón. De ser así, ¿dónde estaba la otra cola? Ni siquiera existía, ni siquiera había votantes. Ya era mediodía y ninguno había llegado, salvo este votante, que por suerte, sin demora y sin más prisa, votó.
A fin de cuentas, la alarma por demorar en votar no fue tan grave. La rapidez del proceso y la ausencia de votantes aceleró automáticamente el marcar, el poner el dedo en la tinta y de saber y enseñar a toda la comunidad de haber votado.
Al momento de salir, las cosas seguían como entraron.
No había cambiado nada.
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